"La tercera forma de estar solos consiste en hacer buen uso de la soledad. El otro no existe por sí mismo, pues nosotros no lo vemos nunca como realmente es. Tampoco él nos ve como realmente somos. Conscientemente o no, proyectamos intuiciones o ideas sobre todo aquel que se nos acerca. Sin siquiera sospecharlo, un ser imaginario acompaña a un individuo desde el instante mismo en que se presenta ante otro individuo.
Partiendo de nuestras propias esperanzas y desilusiones pasadas, le pedimos inconscientemente al otro que represente un papel en el teatro de nuestra imaginación. Le exigimos que desempeñe un papel ya escrito, al hilo de nuestras experiencias, y, muy en particular, de aquellas que nos marcaron desde la infancia. Si el otro se niega a desempeñar este papel, o lo desempeña mal, muy fácilmente podemos sentirnos solos, descubrirnos solos. Nadie sube al escenario abandonado de nuestros deseos, y terminamos así por convertirnos en los desamparados asistentes a un espectáculo cuyas representaciones han sido interrumpidas. Toda soledad es signo de una decepción íntima. la realidad no coincide con lo que esperábamos de ella. La realidad ha decepcionado a nuestra imaginación.
Sin duda alguna, la soledad totalmente feliz es algo imposible. Sin embargo, en una trayectoria de maduración individual y cultural, la soledad es positiva. Es en sí un aprendizaje que nos ayuda a asumir nuestras desilusiones y a liberarnos de la obsesiva frecuentación del otro. También nos ayuda a acogerlo sin la necesidad de colocar entre él y nosotros ningún tipo de barrera protectora o aislante. En resúmen, sólo mediante este buen uso de nuestra soledad aprenderíamos a vivir tan bien con nosotros mismos como con el otro."
Alfredo Bryce Echenique, Entre el amor y la soledad, pags. 21 y 22.
Hace 1 año.